martes, agosto 08, 2006

MIRADAS

Era esa mirada, penetrante, como algunas veces,como algunas pocas veces. Yo intente desafiarlo, como nunca, como casi nunca. Entonces sus ojos se enojaron. Nadie los había desafiado, porque eran ellos los dueños de las miradas. Así que apareció una sonrisa débil, irónica, picaresca. Yo produje una sonrisa débil, desafiante, miedosa. Sus ojos se enfurecían más, pero era un odio amoroso, un amoroso odio. Su cara sabía del desafío y a veces parecía que iba a soltar varias risas sonoras, a mirar hacia abajo y a declarar la derrota. Yo lo deseaba,porque sus ojos producían ciertas libélulas en medio del corazón. Dos pasos, fueron dos pasos hacia mi cuerpo, hacia mi mirada, hacia mis ojos. Tenía miedo, a esas alturas de la distancia. Mi sonrisa desapareció. El corazón zumbaba. Las libélulas iban y venían, de ahí para allá, de allá para acá. Buscaban sus libélulas. Sí, lo deseaba tanto como sus ojos lo deseaban. Mis dientes se acercaron al labio, con miedo, tratando de enviar señales a sus labios, pero su mirada seguía concentrada en mis ojos, desafiante. Yo seguía mirando sus ojos, y su boca, y su cara. Él pestañearía primero y miraría mis ojos, y uniría sus labios con mis labios, y entonces no sería una lucha de miradas, sino una lucha de labios y de lenguas y de salivas. No sucedió así. Era esa mirada, penetrante, como siempre, como casi siempre. Estaba oscuro, aunque la soledad no era la compañía. El tiempo fue poco para mis libélulas. Mi miedo fue mayor que las miradas, mayor que el deseo. Su miedo fue opacado por su mirada, aunque lo deseaba. Llegó una voz que rompió las miradas. Por qué no se besan, nos dijo, y mis libélulas se murieron al instante. Su última mirada se quedó en mis labios. Mi última mirada, se quedó en sus ojos.