jueves, mayo 31, 2007

SIN ATAUD

A veces cometo el error de escribir y pensar en el que lee. No. Perdónenme. Me interesan ustedes, pero mucho menos de lo que me interesa quedarme vacía, sin nada. Escribo por una necesidad, a veces absurda. Escribo para que cuando me lea, sienta una y otra vez, que estoy ahí. Escribo para mí, para que cuando me lea, las palabras sean tan ajenas, que no quiera corregir. Y escribo, porque me da la gana. Mejor, sólo porque puedo descubrir tantas cosas, como nada. Mejor, sólo porque puedo usar tantas letras, sin necesidad de pegarle a alguien. Entonces parezco libre. Entonces he muerto tantas veces, sin encerrarme en un ataud.

SOLEDAD

Hay cosas que se pueden querer miles de veces, y al final, se consiguen. Basta con esperar un poco más de lo mínimo. El dinero se consigue, y llega. No obstante, hay cosas más allá del dinero, y pueden salirse de las manos, miles de veces. Sí. Nada es imposible. Sí, nada, pero hay cosas más tristes, que no llegan, incluso cuando se tiene eso que se puede tocar.

Lo he querido con una pasión paternal indiscutible. No ha de venir. Los padres no se compran, me digo, así tuvieras dinero, aunque el amor sin dinero, tampoco es nada. En este mundo, la vida gira con él, y es todo. Hoy la quisiera a ella. Extraño su calor. Su mano. Sus palabras. En las noches, como ésta, estaba ahí, siempre. Se despedía con un suave beso, aunque nunca pude salirme de su cama. Ahora, cuánto la extraño. Más de lo que quisiera. Hoy hay muchas cosas aquí, y pese a la felicidad, no quiero sonreir. Sí. No soy feliz. La felicidad se trata de estar donde se quiere, como se quiere y con las cosas que se puede, y no aquí, atada a miles de cosas que podrían no ser nada, y que sin embargo, no estarlo sería el acabose.

Ojalá tuviese más valentía para salir corriendo y alcanzarle.

jueves, mayo 24, 2007

EDUARDO. ESE EDUARDO

Porque en mis sueños apareces y desapareces, tanto como me da la gana.
Porque los muertos han de doler para siempre.

A él lo culpé muchas veces, por su muerte, aún hasta hace poco. Ya van cerca de veinte años, y todavía le pienso, y a veces todavía lloro. Ya dejé de creerlo culpable. Así quiso su vida, así la hizo, y así era posible morir. A ellos los culpé miles de veces, por el olvido, aún hasta hace poco. Con ellos, todavía lloro. Hay cosas por las que vale la pena morir. El pueblo, mejor, “la pobrería” , era para él, una de las causas por las que valía la pena hacerlo.

Eduardo, se llamaba. Yo tenía un año y algunos cuantos meses. Era de izquierda. Moirista. A su padre lo mataron en la mitad del siglo XX. Liberal, campesino. Lo mataron en la época de La Violencia, cuando las luchas partidistas eran cruentas. Tenía cinco hijos y una esposa. La abuela no sabía hacer nada, salvo tener hijos y estar en la casa. Eduardo era el mayor. A mi abuelo lo mató la política, y a mi padre, también. Cuando el abuelo se fue, doña Consejo aprendió enfermería, a las malas, sin ninguna visita a la universidad. A Eduardo le tocó ser el hombre de la casa, sí, tenía como diez años. Siempre he dicho, aún cuando nadie lo ha confirmado, que el amor de Eduardo por la izquierda, nace con el asesinato del abuelo. En fin. Eduardo amaba la izquierda, incluso más que su propia vida, y lo digo de esa forma, porque uno sólo está dispuesto a morir, por aquello que ama tanto como así mismo. El MOIR fue su partido. Estudiaba Ciencias Sociales en la Universidad de Caldas. De esos que en las huelgas tiraba piedras, si era necesario. A Riosucio llegó descalzo. Los descalzos era una política moirista en la que muchos “camaradas abandonaron las ciudades y se instalaron en los más estratégicos lugares del país, con el objetivo de servir a las masas, vincularse a su producción material, conocer y sopesar la importancia estratégica de zonas y poblaciones…” . Llegó sin conocer a nadie. Llegó donde el cura. Vaya contradicción. El izquierdista, bien izquierdista. El cura, bien cura. Fue su amigo, en últimas, y ahí vivió, en la Casa Cural. Amo Riosucio, y era huilense.

Se subía en una silla al lado del atrio. La gente salía de misa y lo escuchaba. La gente es chismosa por naturaleza, aunque lo nieguen. Convenció a muchos. En el ochenta convocó a un paro contra la CHEC –Central Hidroeléctrica de Caldas, por alzas en la energía riosuceña. Marcharon por las calles del pueblo, hasta cuando apareció la policía. Entonces todo fue caos. Dos muertos. Varios heridos. Los muertos no eran manifestantes. Era gente que salió a mirar. Los precios bajaron. De algo sirvieron los muertos, aunque duelan. Inició un barrio social, Primero de Mayo. Lo fundaron, lo aplanaron, lo dividieron. Hasta ahí llegó él. Ahora, Barrio Eduardo Quintero. Todas las casas hechas, pintadas, terminadas. Fue concejal. Varias veces. Tenía un periódico, Página Uno, aunque nunca pudo poner su nombre. Una papelería, La Pola. A veces voy por la calle y me encuentro personas que me lo recuerdan. “¿Ahh, tu eres la hija de Eduardo?”. Si les digo, y luego dicen cosas bonitas. Muchos lo querían, y el pueblo de Riosucio, lo quería. También había gente que lo odiaba, es normal.¿ A qué político le gusta que le hagan oposición, y más, en un pueblo tan pequeño?. En el concejo municipal todavía está su foto. Qué ironía. ‘Concejales muertos’. Sigo pensando que es una ironía. Las cosas son como son, y punto. En el 85 lo amenazaron y se fue de Riosucio, escondido. No le dijo a nadie, ni a mi madre. Fueron novios ocho años. Fueron esposos, tres y unos meses. A ella, cuando eran estudiantes, la llevaba a vender periódicos. Tribuna Roja, el periódico del MOIR. Ella no. De hecho, ni izquierdista, ni moirista, ni derechista, ni nada. Entonces le dijo, ‘Usted por allá, yo por acá. Nos vemos en una hora’. Ella se quedó sentada, y cuando Eduardo llegó, estaban los mismos veinte periódicos. Un año duraron peleados. No volvieron a hablar de política. Tema prohibido. A él lo metieron a la cárcel dos veces. Dos días y un mes, por el Estatuto de Seguridad. Salió a decirle a los campesinos que vendieran el café a otro precio, más alto, y no al que había que venderlo. En ese entonces, eso era prohibido. Es más, estar con varias personas, también lo era. Don de la palabra. Siempre que veo a Robledo en el senado, así, moviendo la mano, como la suelen mover, y con las palabras que usa, y con el tono, me acuerdo de Eduardo. Sí, me acuerdo. Yo inventé a un padre con todas las historias para tener a quién recordar. En últimas, todos hablan parecido. Siempre que veo a Robledo, siento nostalgia. Eso era lo que quería Eduardo, y lo que Robledo hace, era lo que quería Eduardo. Hablar. Denunciar. Criticar. Analizar el discurso. Luchar por el pueblo. En fin. Eso era lo que quería Eduardo, y no alcanzó, y no pudo. A él lo mataron. Es como cuando a alguien le cortan las alas, y eso duele. Al principio le echaba la culpa por su muerte. Ahora entiendo, que morir era una de las posibilidades, y él decidió aceptarlo. Era la causa. Es todo.

Lo mataron. Eso suele suceder. En estos regímenes políticos como el nuestro, el que no sirve, estorba. En Colombia hacer oposición es difícil. Unos políticos que han mantenido la hegemonía desde siempre. La izquierda no ha sido bienvenida en ningún lado. Es la oposición, y nadie quiere ceder el poder, y los otros no van a dejar de hacer oposición, así que la lucha es difícil, y a veces cruenta. No toda la izquierda es violenta, o corrupta, así como no toda la derecha es diplomática, o no violenta. En esas cosas hay de todo. A mi papá lo mató la derecha. Es simple. Sin embargo, a eso hay que sumarle que los mismos extremistas izquierdosos, los que han usado las armas, los que se han salido de la ideología, tampoco querían a todo aquello que fuera de izquierda, y no empuñara las armas. Así que Eduardo fue víctima del partidismo. Lo mataron por ser de izquierda, por hacer oposición, por decir cosas que no se debían decir, aunque Él estaba seguro que había que decirlo. En Colombia izquierda es sinónimo de guerrilla. Vaya equivocación. La derecha también mata, y también ha dejado niños huérfanos, y mujeres sin esposas, y gente desprotegida. La política ha sido en el país un eje importante en su historia, y la política, de cualquier parte que sea, ha dejado muertos. Sólo es una realidad.

Dos cosas me quedaron de Eduardo. Uno. En Colombia no vale la pena hacer política. No para mí. Yo no amo tanto a la gente, ni tanto a la política, como para arriesgarme a morir. Además, con un muerto en la familia es suficiente. En Colombia matan al que no dice las cosas que se deben decir, y eso es triste, y eso duele. La política es cruel, es dolorosa, es mentirosa. Algún día seré columnista de opinión y seguramente moriré por mis letras. Lo mismo, tal vez. La izquierda me parece interesante, y necesaria, en tanto oposición. No es más. Con Eduardo entendí que es importante, que el pueblo debería ser tenido en cuenta. Dos. Me gusta la izquierda, más que la derecha. No soy izquierdista, aunque suela parecerlo. No tengo el valor. Tengo miedo. La política no necesita de las armas, son más importantes las palabras. Lástima que con las palabras, cualquier cosa pueda suceder.

Varias cosas se fueron con Eduardo. Tal vez hubiese sido atea. No le tendría miedo a la gente, ni desconfianza, ni caminaría rezando el Ángel de la Guarda. No me habrían bautizado. No tendría que inventarme a diario un papá que me bese en las noches. Eso deja la guerra. Vacíos. Y la vida cambia, y cambia más de lo que uno se puede imaginar. Los muertos se desvanecen, pero el olvido, pero el recuerdo, son perpetuos. Ahora su muerte hace parte de mi historia, y de todos los que vengan en adelante. Muchos vacíos tengo, y eso duele, y eso dolerá. Se sigue viviendo, porque es justo seguir haciéndolo. Muchos vacíos tienen muchos, y eso les duele. Sólo una cosa sé. La venganza no debe hacerse con armas, porque es crear más venganza. Debe hacerse con ideas.

Eduardo murió cuando yo tenía más de un año, y a pesar de todo, de mis inventos, y de mis esfuerzos por pintarlo, el subconsciente sabe, que quiero por querer, por convicción, pero que la gente existe, si se conoce. Para mí nunca existió, y con eso, se carga toda la vida.

jueves, mayo 17, 2007

...

Todo es feo. Vuelvo a mirar, y sigue siendo feo.

Todo es triste. Vuelvo a mirar, y sigue siendo triste.

Todo es oscuro. Vuelvo a mirar, y sigue siendo oscuro.

Todo es ella. Vuelvo a mirar, y sigo siendo Camila.