martes, enero 22, 2008

.lm,.--..,,.--

Todo es distinto aquí. Las hojas de los árboles no caen. No. Suben. Es como si no hubiese fuerza de gravedad para las hojas, y en cambio, hubiese una parecida, desde arriba, que las hiciera subir, como una fuerza de las hojas, atractiva por demás. Y suben, casi a manera de vuelo, casi solitario. Se mueven suavemente, de izquierda a derecha, siempre hacia arriba. Y entonces el techo ya no es azul, es de hojas. Y el mundo inevitablemente se siente al revés.

domingo, enero 13, 2008

LA CARTA (Sin editar)

13 de enero de algún dos mil y pico. Medellín. Absurdamente con el sol encima.

Invento pequeño:

No sabes que odio los dos puntos, ni el punto y coma, porque eso lo saben pocos. Estuve leyendo las cartas que Juan Rulfo le escribió durante varios años a Clara, el amor de su vida, y sentir envidia es un sentimiento normal, sin desprestigiar el carácter maligno de la connotación de la palabra. Cada una de sus frases me agujerea, y agujerea al corazón que anda desprotegido, por la belleza que lleva cada una, y sobre todo, por el amor que se siente en cada una y por lo maravilloso que se hace leerlas. Estuve hasta tarde siguiendo la historia completa como si fuese un aliciente para la enfermedad. La cabeza me dolió todo el día, desde hace tres, y sufro de una tristeza inconsolable, que llora porque le saluden, inevitablemente, como si mis lágrimas fueran, en lugar de lágrimas, una cascada que nace en unos ojos rojos y cansados que duelen casi hasta los huesos. Entonces llegó Juan Rulfo y su Clara y yo perdí toda noción de tiempo y de enfermedad. De cualquier tristeza. Incluso pensé en la muerte y tuve taticardia por unos largo y extenuantes minutos. Pasó que leer las cartas de Rulfo, fue sentir que estaba vivo, fue trasladarse a esos años en que todavía estaba joven, que todavía no sabía la fecha de su muerte. En cambio, yo sí sabía la fecha de su muerte y sabía también que ese hombre al que estaba sintiendo vivo, ya estaba muerto, ya era un muerto, y fue inevitable pensar que algún día también lo estaría y que esperaba también que alguien estuviese leyendo algo de lo que escribí cuando todavía andaba caminando. Pensar en que la muerte ha de llegar en cualquier momento, inevitablemente, y que no estarás en el mundo, es complicado. Difícil comprender que el mundo está pese a que estés o no en él y que la muerte ha de llegar algún día, cualquier ineludible día. Cuando uno está pequeño cuenta, incluso con los dedos, que cuando sea tal año, estará graduándose, y ese día llega, y pasa. Sucede entonces con la muerte. No sé el año en que he de morir y no tengo como contar con los dedos cuando ha de llegar, pero así como llegó el grado, ha de llegar mi muerte y ha de pasar. Eso le cuesta a la cabeza. Eso pasó. Yo seguí leyendo a Rulfo durante varios minutos más hasta que los ojos se cerraron por completo. Esta mañana continué leyendo. Siento la misma envidia que anoche y entonces se me hizo necesario escribir (te) una carta, que todavía no igualará a la Juan Rulfo, pero que me hará feliz este día, por lo menos. Sólo espero que desde la muerte, el escritor sepa perdonar mi atrevimiento.

Si sabes o no cuanto me gustas, no podría decirlo, porque de mi boca nunca ha salido una palabra que te lo diga, salvo unos tantos actos estúpidos que a veces suelo hacer impulsada por algún tormentoso pensamiento no acabado. De eso que se dice, actuar sin pensarlo muy bien. Lo que sucede es que contigo a veces pierdo la noción, aunque eres un poco más invento que cualquier otra cosa. Si lo sabes, entonces habrá que aceptar que el sentimiento no es recíproco. Si no lo sabes, entonces habrá que esperar. Hace poco estuve hablando con tu amigo, que también es el mío, y como un deber con él, y conmigo para ser sincera, le conté un poco de eso, aunque no sé si arrepentirme o hacerme la loca. Me estoy haciendo la loca, realmente. Todavía se me enrojecen los cachetes. Y le dije varias cosas que son ciertas. Le dije que me gustabas, mucho sí, pero todavía manejablemente. Le dije que me gustabas por tiempos, como me ha solido suceder. Un mes sí, un mes no, y viceversa. Le dije que por esos días me gustabas, pero que hasta el día anterior, que en efecto, fue hasta el día anterior. En ese punto le mentí. Si fue hasta el día anterior, pero sin contar que al siguiente día, ibas a volver. Llevo varios días inventándote en mi cabeza, pese a que mi amiga me dice que ya, que cumpla mis promesas. Difícil cosa, pero he de cumplirla. A tu amigo también se lo prometí y también he de cumplirle. Sólo que todavía guardo la esperanza de que crezcan mariposas en tu estómago que revoloteen como las mías cuando te veo. A ellos les he cumplido en que ya he ido matando muchas de mis mariposas y ahora sólo quedan unas pocas, unas tres, para ser más precisos. Pese a las muertes, las tres sienten por las otras que ya se fueron, y sólo cuando se muera la última, ha de irse todo lo demás. Quiero un poquito más de tiempo para asesinarla, aunque en el fondo sé que ha de morir más temprano que tarde.

Me exaspera no encontrar en mis llamadas recientes al celular un poco de tu nombre. Ni una letra. Pensar que aparece en otras llamadas de cualquier otro celular. Golpe bajísimo. Se muere una nueva mariposa. Quedan dos. La promesa consiste en que no ha de gustarme nadie, antes de saber que yo le gusto a él, para evitarme el lío de sentir sola y tener que echar todo por la borda. En eso tengo cierto grado de retrograda. No suelo decir nada de lo que siento para evitar el dolor que siente el orgullo cuando el otro no siente lo mismo, y evitar, sobre todo, la cara de estúpida que hay que poner cuando sabes que el otro sabe, lo que él no siente y tú sí. Por eso dejarás de gustarme en unos cuantos días, porque en la nueva ley que inventé para mi vida, si no te gusto, no has de gustarme, y te prefiero de amigo, que de nada, y de amigo, y nada más. Eso de que el corazón hace lo que le da la gana lo he mandado a recoger, porque ha de tener que obedecerme una y mil veces, y cuanto lo necesite. Ahora, no he cumplido la promesa, porque como dice el cliché la esperanza es lo último que se pierde, y en estos días de angustiosa soledad, ya te contaré alguna vez, si es que alcanzó, tu nombre ha sido una protesta contra la tristeza y mis inventos de ti, un aliciente para el agotado corazón. El problema de que tengas un pedacito de él, aún si no lo sabes, es que te hayas metido en mis letras, porque implica que el sentimiento está más allá de lo invisible, y que has de convertirte, más que en uno de la lista, en un personaje de alguna carta como ésta.

No tienen sentido tantas palabras que no han de llegar a tu oído, porque esta carta de tanto poder para mí, en estos momentos lúgubres de alguna Mónica que anda muriendo por dentro, no han de llegarte a ninguna dirección posible que lleve tu nombre. Es asustante. La palabra no existe, pero no importa, a mí me gusta. Existe el infinitivo, asustar, por tanto tengo derecho a usarla, y he dicho. A Juan Rulfo, Clara le respondía y le correspondía. Esta carta no tendrá respuesta y es todo.
Por ahora quisiera hacer alguna escena de las que imagino y que guardo en la memoria pasajera de mis andanzas inventadas, un poco más real de lo que ha sido. Quiero encontrarte en alguna noche oscura cuando la luna tiene puesto su mejor vestido y escuchar, como en una película romántica, una música suave que determine el momento y lo inspire y lo cuente, y entonces acercarnos suavemente, también como en película de cine, y en un plano medio de los dos ir cerrando los ojos, mientras se pierde tu boca en mi boca en un beso largo y profundo y románticamente cursi. Luego me acerco a tu oído, y rompiendo la regla machista de que el hombre es el que propone y el que primero dice, te digo en un susurro casi imperceptible, lo mucho que me gustas, y luego, sin dejarte responder, repito una y varias veces el beso para dejarlo grabado en alguna parte de mi cabeza.

Yo quisiera que fueras sujeto de todas mis cartas, pero ya ves, las cosas no siempre son como se quieren y las cartas ya no están a la medida de la época de Juan Rulfo. Eso lo confirma que ya las son pocas, que el romanticismo de ellas ya les gusta a pocos y que leer no es el atractivo de muchos. De ti no podría decirlo todavía y eso comprueba porque no pude responderle a tu amigo la pregunta. ¿Por qué?, me dijo. No sé, le respondí, y en realidad no lo sé, porque me gusta y punto, sin necesidad de vericuetos que lo expliquen. ¿Qué te gusta?, continúo. No sé, le respondí de nuevo y añadí que tal vez fuese lo mala clase que eres a veces y la forma directa con la que respondes, a diferencia de mí que le doy vueltas a cualquier palabra y varias veces, si se hace necesario. ¿Mala clase? Sí, a veces lo es. A veces lo eres chiquillo de mis inventos. En realidad no sé, me gustas indescriptiblemente y es todo, e indescriptiblemente has de dejarme de gustar.

Dudo de mi valentía, y de su verdad, para esta carta. Más bien creo que todavía ando alucinada con las palabras de Juan Rulfo a Clara, pero no importa. Incluso siento que esta Camila que despertó en la mañana, es distinta, huele distinto y sabe distinto. Algún día comprenderás mis palabras, chiquito. Chiquito porque así quiero pensarte, pese a tu altura, pese a que la diferencia no es siquiera un año y porque el diminutivo te hace menos fuerte y más dócil de manejarte en mis escritos. Serás mi personaje cuando el acuerdo entre mi corazón y mi razón se acabe, es decir, cuando apriete el gatillo y mate la última mariposa, mate la última esperanza, y te deje como un gran amigo al que no le puedo dar besos y al que molestaré enteramente hasta mi muerte, o hasta cuando me digas que no más, que no quieres mi nombre en ninguna ventana del Messenger. Sólo que el día en que entierre la mariposa, has de saber que los actos irracionales que ellas producían, también han de enterrarse profundamente. Ser un personaje es interesante y sólo tendré que agradecerte por la inspiración.

Un beso sutil que te cobije.

C.F

P.D: No existe.


-.-.-ñ.--
Peña, gracias por mostrarme a Juan Rulfo. Me tiene un poco más arriba del suelo, y escribiendo, felizmente.

domingo, enero 06, 2008

AMARILLO

Es amarillo. Tiene una cuerdita que lo sostiene. Una niña lo mira. Y está cansado.

NAFTALINA

Huele a naftalina

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Aunque quiere ser recuerdo, no lo logra. Ya no. Ha pasado, y es todo, y es nadie, para ser sincera. Sólo que hay que tenerlo como marca de agua, porque nunca se sabe, porque hay arrebatos pasajeros.

Por otro lado, se mantiene callado, ni un movimiento, ni una seña, y actúa discretamente, inhóspitamente, invisiblemente. No ha pasado, ni pasó, y se mantiene alejado, por desgracia.

Mientras tanto, el corazón se niega a muchas cosas y tiene un viento que le molesta.

TE AMO, CAMILA

He encontrado, en uno de esos bolsos que se abandonan por años, una hojita de papel, que ya no es blanca, pero que tampoco es amarilla, tres palabras: Te amo, Camila. Y hay dos interpretaciones. La primera, Camila ama a alguien. La segunda, alguien ama a Camila. La realidad, Camila tuvo que recordarse muchas veces cuanto se amaba, porque muchas veces lo olvidó, y olvidarlo era el acabose, es decir, incapacidad para sentir algo por alguien más, o peor aún, que alguien sienta algo por la misma Camila. Si lo olvida o no en estos tiempos, eso sólo lo sabe Camila.

Camila, sobre todo, quiere que sea de alguien, que las palabras las diga alguien, a su oído, sin miedo y en un susurro suave, callado, respirado.