lunes, noviembre 28, 2005

A UN PADRE

En medio de todo, seguías ahí, a unos cuantos pasos. Te miraba, tratando que entendieras un poco mis palabras, pero seguías lejano, pensando en otras cosas, que no eran mis palabras, ni tus palabras, ni mis pensamientos. Eran tus pensamientos. Seguías, a pesar de los metros, más lejos que nunca, más distante que por lo general, mientras yo, ahí, en frente, trataba de encontrar algún consejo amable, una pequeña sonrisa, algo que pudiera borrar mi incertidumbre y mi rabia por no encontrarte cada noche, a pesar de los múltiples esfuerzos por buscarte. Seguías ahí, tan distante como nunca, tan lejano como siempre. Yo seguía ahí, tan cercana como nunca, tan solitaria como siempre, hablándole a un muerto, que por costumbre, ha estado a varios metros, mientras le hablaba, tratando de encontrar un eco de respuesta, pero sin darme cuenta, que los muertos, poco saben de las palabras humanas.

domingo, noviembre 27, 2005

DIEGO

Mira para el frente. Allí, todavía hay alguien que te espera. Deja de encerrarte en pasados melancólicos y trágicos, porque ya pasaron, porque ya se fueron. Algunas cosas son como no deben ser, pero que hacer cuando ya son. Mira para el enfrente. Allí, todavía hay alguien que te espera, en alguna esquina, en cualquier gota de silencio, en una que otra mirada o en un desesperado recuerdo, que recuerda, por costumbre, pero que al fin y al cabo recuerda. Es hora de evitar unas cuantas palabras, porque las palabras, a pesar de la noche, se clavan en el corazón, y duelen, y matan. Mira para el frente. Allí, hay alguien que te espera. Sólo necesitas deshacerte de aquello que ya fue, y empezar a ser, eso que alguna vez desechaste.

sábado, noviembre 19, 2005

ADÁN Y EVA

... (Suspiro) ... Porque no haya existido para Adán y Eva, no significa que no pueda existir para nosotros ... (Suspiro)... que más da, en esta vida, todo puede inventarse, y hasta dos veces.

LADRÓN

No lo hiciste, es cierto, pero ya era tarde. El miedo vino con él, y no se iría, aunque no fuera nada, aunque no me hubiese hecho nada, aunque no me hubiera dado cuenta. No fueron los papeles, ni los objetos, ni nada. Fue la confianza. Esa misma que es apática al tiempo corto, que vuelve después de años. Ahora es la paranoia. El caos. Todos me siguen. Todos me miran. Todos vienen por mis papeles. Las calles ya no son las mismas. Ni serán las mismas. Ahora son miedo, más que miedo.

PRISIONERO

Desnudo. Ahí, en medio de la sangre, del blanco del suelo y frente a la mirada oscura y silenciosa de ese hombre, con ganas de tocarte la piel blanca de tus piernas. Y seguías ahí, sin ropa, con las manos en las rodillas y la cabeza hacia abajo, porque sabías, como yo lo sabía, que te daba vergüenza. Él te miraba, y su mirad era la sentencia del juez en la obra de teatro que había inventado el prisionero, ese, que en las noches, trataba de poner un poco de su encierro, de eso que no quiso ser, en medio de papel blanco y con un lápiz sin punta. Y yo, al frente, veía como te miraba, con los ojos con que te miraba, y vos, ahí, en medio del suelo blanco, oías como su risa se confundía con el agua que le iba cayendo sobre su calva. Sólo llovía para él. Ni para ti, ni para mí. Sólo para su mirada. No hacías nada. Seguías ahí, cabizbajo, pensando la vergüenza que sentías, pero no hacías nada, porque a pesar de todo, te daba miedo. Así que ponías tus manos sobre tus genitales, como si hubiese posibilidad de protegerlos, mientras el corazón te latía con fuerza tratando de construir una esperanza, que veías lejana, de que su mirada se fuera y te dejará ahí, en medio del blanco, desnudo y con la cabeza hacia abajo, para entonces, salir corriendo hacia algún lado, donde no lo volvieras a ver, donde no te volviera a ver. Sin embargo, lo sabías. El juez ya te había condenado, no había nada que hacer, porque disfrutaba que su mirada te hiriera más que cualquier otra cosa, más que sus manos. No hacías nada, como tonto seguías construyendo esa esperanza, que sabías, nunca iba a suceder. Y yo, mientras tanto, desde arriba, te miraba, con una mirada diferente, más melancólica, más serena, más prisionera, y sentía como tus lágrimas recorrían desde tu cara hasta el ombligo, el miedo que te convertía en nadie, en un hombre desnudo, frente a la mirada de un juez de obra de teatro y encima de un piso blanco pintado, donde a diario ensayaban una que otra obra de mala muerte, y luego, esas lágrimas, caían sobre tus manos, que protegían aquello único que querías proteger. Yo te miraba, pero como si esa otra mirada fuera más importante, la clavabas en tu pecho, y te sentías atado, sin darte cuenta, que mientras esa era tu prisión, la mía era la salida. De todas formas, siempre seguiste al miedo, a ese que para dejar de ser tu amigo, quiso traicionarte miles de veces, mientras a ciegas, todavía le confiabas tus pesares. Estabas ahí, desnudo, frente a la mirada de un juez de obra de teatro, con la esperanza de que al primer descuido, pudieras salir corriendo. Sin embargo, el hombre no tenía afán, ni le dolía tanto como a ti, a pesar de la lluvia, el frío que te llenaba en las noches. Al fin y al cabo, preferiste el miedo que mi mirada, esa que desde arriba quería ir a ponerte un poco de ropa para que le enfrentaras y le dijeras que no eras culpable, a pesar que lo sentías. Yo era tu esperanza, pero ya no hay nada que hacer. Elegiste seguir ahí, en medio de la farsa, de la obra, esperando quizá que algún viento, de sorpresa, te llevará a otro lugar, pero ahí, desnudo, no eras más que nadie. Decidiste seguir el juego y perdiste. Desnudo. Ahí, en medio de la sangre, del blanco del suelo y frente a la mirada oscura y silenciosa de ese hombre, decidiste ser el otro prisionero, ese cualquier prisionero, como todos. Ahora no hay nada que hacer, desnudo comenzaste la obra, desnudo has de terminarla.