martes, agosto 30, 2005

MUERTE

Muerte. Creo que eras tú. El viento fue frío cuando llegaste. El señor del bus me miró con cara de miedo. Supuso que ya me había visto. Uno recoge los pasos, muerte. Yo lo sé. Hubo un momento que estuviste cerca, muy cerca. Te sentí. Olí tu perfume fúnebre. Corrieron por mi piel las lágrimas que se derraman en los entierros, por costumbre. El celular sonó más de lo acostumbrado, como si la gente lo presintiera. Llamaron para saludar. Simplemente para saludar. La gente, no hace eso, muerte. La gente llama porque necesita algo. No para saludar. Hubo un vacío. Las palabras no salieron. Se habían ido. Tú las tenías. Sabes que me gusta el silencio. Era una trampa, lo sé. Sé que eras tú, muerte. Sentí tu abrazo. Eras tú, dispuesta a llevarme. Sin embargo, hubo un momento. El momento crucial. Me devolviste las palabras. Te llevaste el viento. La cara del señor estuvo tranquila. El perfume dejó de olerse. Las lágrimas no se sintieron más. El celular paró de sonar. Me susurraste al oído, que no era mi hora, que te habías equivocado. Sé que eras tú muerte y no te equivocaste. Te arrepentiste, muerte. Te arrepentiste, porque yo me di cuenta. Amas la incertidumbre. Te gusta la sorpresa. Creo que eras tú, muerte, y te arrepentiste. Muerte. Creo que eras tú.

2 comentarios:

Chocolitto dijo...

Me gusta la velocidad, produce algo de ese vértigo existencial y, de cierta manera, una cercanía a la muerte. El ritmo es lo que más me gusta de ti. De tus puntos, de tus comas cortas; lacónico y sustancial diría yo. Ahora, el mismo estilo puede bajar el ritmo con las palabras, digamos, pra terminar en calma, como cuando se va la muerte. Te sigo viendo...

Anónimo dijo...

Excelente el contexto y la forma serena de confrontar la incertidumbre de la muerte. Bien decía Calderón de la Barca ¡donde está oh muerte tu aguijón¡. Llega un momento en nuestras vidas que tenemos el atrevimiento de invocar la muerte y confrontarla y dejarla ir con su guadaña a otra parte. La gente buena no teme morir.