lunes, mayo 12, 2008

NORMALIDAD AMISTOSA

Escuché como sus alas se fueron rompiendo, casi como cuando se rompe el parabrisas de un carro que tiene película de seguridad. El sonido se va yendo y va lento, el pedazo anterior le da permiso al que sigue para sonar. Se escucha despacio, a la vez. Se escucha el dolor, pausado, agónico, quebrantable. Se van las alas. Lo demás entra en disolución, no, se quema por completo hasta reducirse a cenizas, como el ave fénix. En realidad tiene el don del ave fénix, sólo que no lo quiere usar, o no he de dejarla. Barrí hasta el último lugar donde pudiese quedar algo de polvo. Después lave la escoba.

Contestó la pregunta, desdibujando con palabras su significado, escondiendo su respuesta en algo que se llamó en otra perspectiva. Está bien. La agonizante decidió entonces, ipso facto, deshacerse de sí misma. La teoría de Darwin dice que sobrevive el más fuerte. Era la más fuerte y sin embargo colapso. Fue la última, para esta especie. Ahora queda un vacío, un poco tortuoso por demás, con alguno que otro incisivo dolor. Luego no queda nada. Nada, ni el recuerdo, que para el caso ya era perentorio.

Ella lo había comprendido pero quiso hacer caso omiso. Después de la muerte, vuelve la racionalidad. Me pasa todo a mí. 'Es tu invento, Camila. Allá tú que haces con el'. Bien. Allá yo que haré con él, lo que no sabe es que yo tampoco lo quiero. Ya no. Los inventos pueden ser peligrosos y su nombre se resquebrajó tanto como las alas. Pasará, le digo, es cuestión de paciencia. Su mirada está hacia otro lado, no el mío, y eso ya es suficiente para cadena perpetua lejos de aquí.

Queda poco. Hay cosas difíciles. Voltear la cabeza, por ejemplo. Cogió sus manos, un poco de fuerza, giró su cabeza, hacia otro lado, introspectivamente, incluso. La mirada hacia donde sea. Estarás bien, le dije, y ella, con su orgullo racional en el que ha bañado el corazón, 'siempre lo he estado, Camila'.

En los entierros uno llora por costumbre. He de llorar lo que sea suficiente, por costumbre, si ello implica que esté lo suficientemente muerto.

Vuelve la normalidad amistosa, que implica lo que había en la cabeza, eso de las frases leídas convenientemente. Vuelve la línea recta, ya sin curvas peligrosas, y vuelve para adentro, porque por fuera pocas veces, salvo esa vez, cambió. No he de hacer nada. Ella tampoco. Eso de las luchas inoficiosas hace parte de las reglas prohibidas. Ella es experta en no romperlas. Yo podría dudar un poco, salvo que no quiero. Es la salida fácil, tal vez, pero es salomónica, especialmente salomónica. Duele menos, a futuro.

Requiem por el olvido. Requiem por lo demás.

Ahora hasta su nombre hace parte del polvo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi boca no dice nada pero mi cabeza asiente con ese típico geste de quien queda mudo ante una exposición de buenas razones