domingo, septiembre 04, 2005

LA PRIMERA DE NINGUNA

Estaba él. También estaba yo. Nadie más. No había ninguna luz encendida. Ni siquiera la esperanza, aparecía remota. Dijo que venía a despedirse. Era la última noche. La primera de ninguna. Dijo que no podría venir más. Había que mirarlo por última vez. Por primera vez. Dijo que me quería. Mucho que me quería, pero que no podía volver. Era esta noche y no otra. Dijo que no podía llevarme consigo. Todavía te queda tiempo en este mundo. Dijo que no le gustaba que llorara tanto. No entiende que es difícil no tenerlo. Dijo que lo dejará. Yo me aferré a su pierna. Las lágrimas, vinieron, porque es costumbre llorarle a los muertos. Dijo que le siguiera hablando. Algo haría para que mis palabras le llegaran. Dijo que aprendiera a hablar con el silencio. Sus palabras viajan en ese bus. Dijo que lo soltara. Algún día yo iría con él, pero no era ahora, ni mañana. Algún día. Dijo que era hora. Soltó mis manos de su pierna. Me dio un beso. Dijo adiós. Sus ojos estaban tristes. Tampoco se quería ir. Dijo que los muertos, jamás vuelven a la tierra. Luego, se fue. Estaba yo. También estaba yo. Ahí, sentada, mientras el eco de sus palabras se desvanecía. Mientras mis manos se acostumbraban al vacío. Estaba yo, ahí, sin saber que hacer. Dijo lo que todos habían dicho. Eso que nunca quise creerles. Estaba yo. También estaba yo.

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