miércoles, agosto 31, 2005

EL OTRO

El otro, es el otro. No importa si es blanco, negro o mestizo. El otro, es el otro. Si se viste de rojo, y lo combina con amarillo y zapatos verdes, es el otro. No usted. Si es gordo, flaco, alto o bajito, es el otro. El otro. Qué importa entonces si usa colas en el pelo, lo tiene rojo, con raíz o sin pintar. El otro, es el otro. Si le gusta escuchar rancheras, vallenatos o reggaeton. Tal vez coma chunchurria, le guste el caviar o el pescado, o cambie el sushi por una bandeja de fríjoles. Es el otro, no usted. Si le gusta participar en realities, ser bulloso, saludar detrás de la cámara de las noticias del canal nacional, o si sale en pijama a la calle, es el otro. No usted. Qué importa si usa lentes, se pone blusas cortas a pesar de los gordos, se pone un tatuaje en el brazo, o en la cara. Es el otro. El otro. Entonces por qué preocuparse por lo que hace el otro, usa el otro, quiere el otro o le gusta al otro. El otro, es el otro. No usted. No hay nada que hacer. Si sus ojos se molestan, no mire. Si le produce risa, ríase, pero a lo lejos. Mírese primero. No hay porque preocuparse. No es usted. El otro, es el otro y punto.

martes, agosto 30, 2005

MUERTE

Muerte. Creo que eras tú. El viento fue frío cuando llegaste. El señor del bus me miró con cara de miedo. Supuso que ya me había visto. Uno recoge los pasos, muerte. Yo lo sé. Hubo un momento que estuviste cerca, muy cerca. Te sentí. Olí tu perfume fúnebre. Corrieron por mi piel las lágrimas que se derraman en los entierros, por costumbre. El celular sonó más de lo acostumbrado, como si la gente lo presintiera. Llamaron para saludar. Simplemente para saludar. La gente, no hace eso, muerte. La gente llama porque necesita algo. No para saludar. Hubo un vacío. Las palabras no salieron. Se habían ido. Tú las tenías. Sabes que me gusta el silencio. Era una trampa, lo sé. Sé que eras tú, muerte. Sentí tu abrazo. Eras tú, dispuesta a llevarme. Sin embargo, hubo un momento. El momento crucial. Me devolviste las palabras. Te llevaste el viento. La cara del señor estuvo tranquila. El perfume dejó de olerse. Las lágrimas no se sintieron más. El celular paró de sonar. Me susurraste al oído, que no era mi hora, que te habías equivocado. Sé que eras tú muerte y no te equivocaste. Te arrepentiste, muerte. Te arrepentiste, porque yo me di cuenta. Amas la incertidumbre. Te gusta la sorpresa. Creo que eras tú, muerte, y te arrepentiste. Muerte. Creo que eras tú.

domingo, agosto 28, 2005

MARIPOSAS SECUESTRADAS


A veces, muchas veces, las mariposas revolotean como si algo hubiese que decir. Van y vienen, rápido, muy rápido, como si el tiempo se fuese acabar y hubiese que dejar constancia, con el aleteo, del recorrido hecho. Y me niego a decirlo. A ponerles cuidado. A coger el lápiz para traducir sus revoloteos. Me niego a dejarlas salir de su nido. De mi cabeza. Me gusta ser egoísta con mis mariposas. Con el mundo. ¿Qué tanto puede interesarle al mundo lo que digan mis mariposas? Nada. Me interesa a mí. Resulta, que tras el secuestro, las mariposas aletean más fuerte, mucho más fuerte, a tal punto que el placer genera dolor y no puedo retenerlas más. No basta conmigo simplemente. A las mariposas no les gusta que su vuelo quede escrito en sólo una cabeza. Necesito del otro para que me escuche, aunque termine sólo oyéndome, qué importa. Lo necesito para liberar las mariposas. Para que me dejen en paz. Para que me deje de doler. Es bueno secuestrar las mariposas. Al fin y al cabo, siempre vencen, porque quiera o no quiera, siempre se salen con la suya.