sábado, julio 21, 2007

CARTA A MI ABUELITA

Agüelita,

Llevo varias noches soñando contigo, y me da miedo, mucho miedo. No sé qué pasa. Entiendo que tienes tus años encima. A veces me entristece verte tan delgada, tan chiquita. Recuerdo que cuando estaba pequeña te acompañaba de un lado para otro, todos los sábados, y eras más grande que yo, y yo más pequeña, y te agarraba del brazo, y nos íbamos andar, como si yo fuese un bastoncito, y entonces comprabamos las veladoras, y luego subíamos hasta la iglesia, y rezábamos por un buen rato, y luego te parabas en frente del cuadro de Jesús que más te gustaba, y me decías que él te miraba donde quiera que te pusieras, y le llevábamos la veladora al niño Jésús, y luego a la Santísima Trinidad, y en cada uno un par de oracioncitas, y a veces me aburría, porque era muy largo, y yo creía contigo tantas cosas, que aprendí a ir a misa cada domingo, sin falta, así no pudieses ir, y luego salíamos de la iglesia, e íbamos donde Floralba, y conversábas y conversábas, y luego nos devolvíamos por el mismo camino, como si estuviéramos recogiendo nuestros pasos. Y recuerdo que me decías que cuando creciera no lo iba a volver hacer, que cuando estuvieras viejita ya me daría pereza acompañarte, e incluso me daría pena, y que sería el momento en que más me necesitabas, y yo recuerdo como decía que no, y te llamaba mentirosa, y me enojaba, porque no era cierto, y al final, tenías razón abuelita, y ni siquiera era por pena, sino porque cuando uno crece, cambia de parecer y de situaciones, y puede ser aburrido esperar que conversaras con todos los que encontrabas, y que pararas en cada almacén. En fin. Me equivoque. Tu predicción era cierta, pero pequeña, eso es un buen recuerdo. Y hoy te pienso, porque quizás tengo miedo. Estás lejos abuelita, y cuanta falta me haces. Tus arepitas, tu quesito, tu bendición. Incluso hace falta tu terquedad, porque de vieja te has vuelto cansona y llevada del parecer, e incluso brava, bravísima... Y tengo miedo porque estás vieja, abuelita, y porque cuando se está viejo, la muerte está mucho más cerca, o por lo menos, mucho más segura. Es posible que me muera yo primero, nunca se sabe... En fin, tenía ganas de escribirte y de recordar tu nombre. Blanca, como las nubes, incluso como tu piel, como tu pelo. Tienes el pelo blanco más lindo que conozco, aunque algunos de tus nietos insista en que lo pintes de morado... Ay mi agüela, quizás nunca leas mis palabras, porque el internet llegó tarde para tí. Incluso escribir palabras te es difícil. Tus famosas "boletas" con razones, inentendibles, casi siempre. Tu amor por la finca, en la que pase media niñez, en la que mi padre era feliz llevando a ver los animales. En la que estábamos cuando lo mataron. Ay mi agüela, cuánto te quiero, no creo que pueda resistir palabras. Y a los viejos hay que escribirlos, incluso antes de que se vayan, porque cuando se vayan, ya no vale mucho la pena. Y te escribo muy personalmente, pero quiero que seas para la posteridad, y la posteridad puede ser ponerte en mis letras, y que cualquiera lo vea, y que cualquiera recuerde a su abuela. Yo ya perdí a doña Consejo, y eso duele, porque me quede con muchas palabras, con muchas promesas, con pocas miradas. Y eso duele, y no se olvida, aunque el tiempo se vaya y nos lleve.

Mi abuela, yo sé que te entristece que ya no vaya a misa, que no me coja el pelo con pizas, como quisieras, que no use pantalones de tela, con chaquetas, como una señora toda aseñorada, que te regañe por quererte quedar en la finca, pese a todo, tu y yo sabemos el todo, que no te visite inmediatamente estés en Riosucio, que no coma ensalada con cebolla y todas esas pendejadas, incluyendo el brócoli, que sabes que odio, y sobre todo, que ya no me guste ir a la finca. En fin. Yo sé que te enorgullece cada cosa que hago, y que rezas por mí, todo lo que yo dejé de rezar, que me piensas a diario, que nos quieres a diario, por igual, con un amor infinitamente grande. Recuerdo nuestras discusiones políticas. Tú una liberal por herencia, incluso sin entender de política, yo, casi una izquierdista. Nuestra última discusión, tu amor por el presidente... mmm, abuelita, que triste... pero está bien, ojalá tu leche no tenga problemas... Abuelita bonita, he soñado contigo estas noches, y aunque insisto en que me da algo de miedo, todas tus cosas traen una magia distinta, un recuerdo bonito, una historia larga y prodigiosa. Con tus ojos azules bonitos, que no heredé, que ninguno de tus nietos heredó, he de iluminar estas palabras.

Te ama, tu nieta,
Mónica.

Recomendado especial, Eduardo. Ese Eduardo.

No hay comentarios.: