viernes, noviembre 02, 2007

MUNDO CALLADO

Ayer caí en otra de esas historias que son tristes, no sólo de contar, sino tristes por naturaleza, y que producen una ira máxima que hay que reprimir.

Pasa que es un joven de 16 años, que a los dos le dió meningitis y desde entonces tiene sordera profunda. Después de muchas luchas, la mamá, que me acuerdo de su nombre porque es el mismo mío, logró que en 1999 el seguro le pusiera un implante coclear. Para éste, al joven le abrieron la cabeza y le pusieron algo allí, pero afuera queda un aparatico, que puede parecerse a un radio o a un walkman, que se pone en el pantalon, y sube, como un micrófono de solapa, hasta su oído derecho, donde se pega justo detrás de él, donde está la marca de la operación. Con el implante, el joven escucha un 80 porciento, es decir, escucha la voz de su madre, de sus profesores, de sus amigos. Sin él, no escucha ni murmullos.

Aprendió a hablar, porque no es mudo y a leer los labios y lenguaje de señas. Aprendió antes del implante y mejoró con él. Es inteligente, le va bien en el colegio y cuando habla, con un discurso coherente, e incluso mejor que muchos que tienen audición, uno siente que estuviese hablando, no con un sordo, sino con un joven, yo pensé en alguien brasileño, y Sara en un italiano, que está aprendiendo español y tiene el acento muy marcado. Estudia en un colegio para jóvenes normales e incluso habla por celular, no con la rapidez con que se le habla a alguien que escuche bien, pero si una conversación más pausada, pero normal, absolutamente normal.

Sin embargo, aquí la historia todavía no tiene matices tristes. Pasa que la noche de brujas, mientras estaban afuera, su mamá, su papá, su hermana, él, y creo que incluso el perro, alguien, un ladrón, entró a su casa, entró a su pieza y se robo el implante. Sí, se robo más cosas, pero en este caso, lo importante es el implante, porque marca una gran diferencia entre el mundo que oye y el mundo callado en el que está cuando no lo tiene. Sé que se estarán preguntando por qué no lo tenía puesto y he de decirles que a Andrés le gusta hacer deporte, y cuando tiene educación física, como era el caso, lo dejaba en su pieza, en la mesa de noche, irónicamente para no perderlo, e incluso, para que no se lo robaran. Entonces es aquí cuando uno siente rabia. Andrés nos decía, que por favor se lo devolvieran, que eso sólo le sirve a él, a nadie más, y estoy segura que nos partió el corazón cuando nos mostró las pilas solitarias del implante y nos dijó que le dejaron las pilas, pero que el implante ya no estaba y que las pilas sin implante, no servían para nada.

Mónica, la mamá, mientras tanto, nos decía que el implante sólo le sirve Andrés, que es quién tiene la operación y que se lo devuelvan porque le entristece ver a su hijo triste y tener que volver a la época del lenguaje de señas, de la lectura de labios. No sabe que hacer. Está confundida, simplemente, y triste, muy triste.

Creo que es inaudito robar, pero sobretodo, es inhumano robarle algo a alguien que lo necesita para mejorar su calidad de vida. Es de esas cosas que dan rabia, más que tristeza, aunque la tristeza es inminente. Alguna vez me quedé sin el oído izquierdo ocho horas y dejenme decirles, que oir el mundo de esa forma, es díficil y desesperante. Todos los sentidos se necesitan. De ahí que agradezcan por tenerlos.

Creo que el ladrón no tiene perdón, y lo peor, es que lo más seguro es que no sepa para que sirve el implante, y más, que ni siquiera sepa pronunciar coclear.

Alguien que se robe algo como eso, es porque la brutalidad es más grande que él.

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