miércoles, agosto 15, 2007

CON LA VIDA MOJADA

La lluvia cae afuera, detrás de mi ventana, mientras el sonido perturba, gota tras gota, el pedazo de vida que me queda. Afuera hay miles de personas sintiendo la lluvia, muriendo la lluvia. Afuera hay miles de hombres y mujeres perdiendo sus casas, sus camas, sus hijos, su gente. Afuera hay miles de hombres y mujeres con los zapatos mojados, con la bota del pantalón mojada, con la vida mojada. Yo, mientras tanto, tengo una cobija encima, un poco de música para mezclar con las gotas y su sonido, y no dejo de sentir culpa, y tristeza, y miedo, y un revoltijo de cosas que me entristecen. Siento culpa, porque pese a reconocer que esos miles existen, no me interesan lo suficiente. A veces el mundo es tan injusto, que los muertos sólo interesan, si son nuestros muertos. Eso duele, si lo piensas. Igual, no has de moverte de tu cama, ni he de moverme de mi cama. Los dolores se miden con uno mismo, no con los demás. Mañana será otro día, y otro pensamiento ha de venir, y otra culpa ha de venir. Mi vida no está mojada, y la lluvia... la lluvia sólo perturba mi sueño, y toca mi ventana, es más, me acostumbro, como si fuese parte de la canción, es más, amo esa lluvia, la amo más que cualquier recuerdo que llega con cada una de sus gotas.

Ese muerto, que creí enterrado hace más de una noche, trajo una sombra sobre mi pared. Algo dijo, aún cuando permanecí en silencio, cuando me quede estupefacta, sin oír, sin hacer nada. Quería que lo siguiera, y tal vez lo hubiese seguido, si su muerte no hubiese sido tan placentera para mí, tan dolorosamente placentera, y tal vez lo hubiese seguido, si desde su muerte, no hubiese entendido que los muertos no se siguen, ni por equivocación. Ahora hay un vacío que confunde, que hiere, un vacío silencioso, como todo, como fue todo, como recuerdo todo. Es un vacío extraño, ineludible. Es como si hubiese pasado la prueba, pero tuviese que atarme a la pata de la cama, para no devolverme por el mismo camino, dejar todo atrás, y seguirlo con los ojos cerrados, hasta que le de la gana de irse de nuevo, de morir de nuevo, de dejarme de nuevo. La cuerda con que me ato a la cama, hiere, pero me lastima lo suficiente, tanto para recordar que es mejor estar ahí, que allá.

La lluvia cae detrás de mi ventana. Yo mientras tanto, pienso en un muerto. Creo que mi vida, también, y a mi manera, anda un poco mojada.

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