lunes, agosto 20, 2007

DERRETIDOS

Todo fue rápido, rapidísimo. Una llamada. Una sola. Dos horas de espera, dos, no más. El estómago vacío, vaciísimo, y un cuerpo solitario y desesperado de amor. Se miraron ojo tras ojo, y un beso cierra el último renglón de ese cuento, y no la palabra fin, como suele ser costumbre. El tiempo ha dicho que es un ciclo constante de desapariciones y apariciones, de amoríos y desamoríos, e incluso de odios, mucho odio. Ahora empieza el undécimo principio, y como suele ser costumbre, se besan como si fuera la primera vez, en ese balcón impasible donde el viento acompaña cada uno de los movimientos de las manos, incluso debajo de su camisa. Es el primer beso, y será el último beso, y será todo y nada, e incluso nadísima. El estómago está vacío y hay unas imprecisas ganas de comer.

Ese día llovío como nunca. El cielo sonó como nunca. Tomó fotos como nunca. Se acercó a la ventana. Hubiese preferido llorar toda la noche y no derretirse en medio de su calor.

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