sábado, octubre 13, 2007

EL GATO

Es un círculo constante de tristezas y alegrías. Unos días vienen cargados de sonrisas y los otros, con toneladas de tristezas y lágrimas, como si nada tuviese sentido. Ni siquiera yo. Al fondo escucho las goteras contra el techo del vecino y un gato que maulla con suavidad, pero con miedo, pero con hambre, pero con desesperación. Me dan ganas de matar al gato una y otra vez, por lo tormentoso de su dolor, hasta cuando voy a la ventana y el gato está abajo y me mira, como diciendo que yo soy su salvación. Me da tristeza por el gato, porque está mirando a la mujer que no es. Sí, yo no quiero a los animales, pero es sobre todo la distancia lo que me aleja de poderle ayudar. Me mira y maulla. Maulla y me mira. Camina un poco. Está desesperado. Yo también.

Mi vida es como la del gato, miles de veces. Estoy encerrada en un lugar sin salida y me aburro y me entristesco y también está la soledad. Es mi culpa, es cierto, pero no sé, no todavía, cuáles son las fichas equivocadas que me ponen siempre en estas cuatro paredes sin escapatoria. Siento su olor, pese al tiempo. Todavía siento su olor, pese a que el corazón va comprendiendo lo inevitable. Eso tampoco lo entiendo. Algo está mal, porque la historia se repite sentimiento por sentimiento, hombre por hombre.

Estoy desesperada. Tengo una vida de gato.

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